Lucha libre en la Arena México

Redacción

17 · 04 · 2024

Entrar en «la catedral de la lucha libre» es sumergirte en una atmósfera que te absorbe.

Entrar a una arena de lucha libre en la Ciudad de México es sumergirse en un submundo chilango, donde el volumen de la vida se eleva al máximo y todos los sentidos se saturan. Desde el primer momento, la atmósfera vibrante te absorbe y te hace cómplice de la historia que se narra en el cuadrilátero.

Luchadores enmascarados, réferis imparciales —a veces— y gladiadoras intrépidas, se lucen en el ring mientras los vendedores ambulantes te surten desde refrescos y palomitas hasta máscaras y recuerditos. Pero la lucha libre no es nada sin el respetable público, que desde las gradas se involucra con pasión suelta porque aquí, todo se vale. En este espectáculo participamos todos, unidos por un lazo invisible con esta tradición que, desde los años 30, es a la vez evento deportivo, reflejo de nuestra idiosincrasia y expresión de catarsis colectiva.

“¡La quebradora!, ¡queremos sangre!”. Los gritos y abucheos son esenciales: la lucha se vive con pasión por aficionados de rudos y técnicos, los protagonistas de este teatro de la fuerza que nos hacen vivir cada asalto como si fuese una cuestión de honor personal. Ser parte de esta función comunitaria, con la máscara de nuestro luchador favorito, una cerveza en mano y la garganta áspera de tanto gritar, es una hermosa celebración de la mexicanidad. No solo admiramos la destreza física; nos enganchamos emocionalmente con el misticismo que envuelve a los luchadores, nuestros propios superhéroes locales.

La lucha libre es también una fuente inagotable de imaginería para el cine, la literatura, el arte y hasta la gráfica callejera. Con máscaras, capas e identidades ocultas, los luchadores son grandes atletas, cultores del performance y, de algún modo, muchos se han convertido en ídolos mexicanos sin límite de tiempo.

“El caos de la lucha libre no se parece a ningún otro”, dijo Carlos Monsivais, porque “solo ahí el bien se enfrenta al mal en igualdad de condiciones”. Quizá por eso es tan fascinante.